viernes, 3 de abril de 2009

La comida es el problema (y la solución)

Terminé de leer “Obesos y famélicos”, de Raj Patel. Un libro que explica cómo el sistema de producción de alimentos crea pobreza al mismo tiempo que genera un exceso de comida.
Es excelente, de las mejores interpretaciones del origen de muchos de los problemas actuales, que encima propone soluciones concretas y viables, esperanzadoras. ¿A quiénes les va a gustar leerlo? A casi todo el mundo: a los interesados en resolver la pobreza y la desigualdad; a los preocupados por la comida basura y nuestra forma de alimentación; a los que creen que con comer orgánico alcanza; incluso, a los que creen que comprar comercio justo y cualquier compra ética es suficiente para mejorar la situación de los productores del sur del mundo. También a los a los que están preocupados por la situación del campo y la vida rural, la propiedad de la tierra, los movimientos globales, la soja y los monocultivos, la soberanía alimentaria…
Es categórico acerca del rol del comercio justo, una visión que comparto y que les transcribo acá:
“Las etiquetas de comercio justo prometen que, como mínimo, se paga a algunos agricultores un poco más que los precios de mercado por los productos que cultivan. Dicha certificación ofrece una vía –que no está garantizada- para que los agricultores logren arañar un margen de dignidad y de ingresos del sistema de producción de alimentos que los trata con desprecio. Esto es lo que pienso, y la razón por la que compro productos de comercio justo. Sin embargo, para otras personas el comercio justo es mucho más: una puerta de entrada hacia un nuevo futuro postcapitalista en el que las cadenas de explotación serán reemplazadas por los vínculos de solidaridad. Es un futuro muy deseable, pero es improbable que el comercio justo nos pueda llevar allí: hay numerosas pruebas de que es un simple parche en un sistema insostenible; sólo una manera de que los agricultores, que están sujetos a la vida con uñas y dientes, puedan soportar la situación un poco más. (…) Aunque el comercio justo lo sube ligeramente –el precio de los productos agrícolas- no es lo suficientemente alto para sostener, y mucho menos para desarrollar, comunidades en el Sur Global. El proceso de las mercancías de comercio justo también estimula los monocultivos, y lleva a los agricultores y a las economías rurales hacia un solo cultivo, de modo que vincula la suerte de enormes zonas del mundo a los deseos del Norte Global. Si uno se lo puede permitir, puede dar unos centavos a la gente que cultiva el café que uno bebe o los granos de nuestros chocolates. Pero aún son los deseos, la caridad y la piedad del consumidor lo que gobierna las vidas, las plantaciones y las tierras allá lejos, en tanto que las elecciones, las aspiraciones, la dignidad y las exigencias del Sur Global cuentan muy poco. (…) La trampa del consumo ético es pensar que los únicos medios de comunicación que tenemos con los productores pasan por el mercado y que la única manera de emprender una acción colectiva es persuadir a todo el mundo de que compre como nosotros. Altera nuestra relación con la posibilidad de cambio social; nos hace pensar que somos consumidores en los grandes salones de la democracia. Pero no somos consumidores de democracia: somos sus propietarios. Y la democracia ocurre no sólo cuando hacemos las compras, sino a lo largo de nuestras vidas. La conexión entre los que comen y los que cultivan no puede medirse en términos de puntos de lealtad hacia una marca o del dinero que uno gasta. Para pasar por encima del sistema de producción de alimentos y poder conocer ala gente que cultiva nuestra comida, debemos hacer algo más que intermediar en una relación entre comprador y vendedor.“
(páginas 289-290)

Ver video en inglés de Raj Patel contando su libro

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